viernes, 9 de mayo de 2008

Las Turas: San Pedro de Mapararí, por Lic. José Millet

Las Turas en Venezuela: su verdadero y profundo sentido ancestral

Por José Millet*

Lamento que se sigan arrollando tradiciones ancestrales que nos remiten al pasado más remoto de la Humanidad por dos impulsos, cada uno de los cuales más dañinos: por un lado, debido a la ignorancia y, por el otro, a la ligereza al tratar asuntos, en el que se exige extremo cuidado, en tanto están relacionados con la sensibilidad de un pueblo. Por lo primero, se han asumido afirmaciones que todos repiten sin el más elemental alto en la serena reflexión y en la comprobación de lo que la mayoría de la gente afirma mecánicamente. La primera afirmación es el dislate que vemos en obras recientes, a la firma de respetables organismos oficiales, como los encomiables Catálogos del Instituto de Patrimonio Cultural –IPC-, al afirmar que Las Turas son o consisten en un baile o en un ritual,. En el caso de Las Turas, estamos en presencia de fragmentos de un todo que no deja ver su fondo, de piezas que, en efecto, están dotadas de movimiento y de una dinámica que nos remiten a procesos simbólicos o a sistemas culturales, lamentablemente, desaparecidos o en vías de ocaso, de los que tenemos la suerte de contar en nuestro país con firmes exponentes, tanto humanos como espirituales, que nos permiten presumir su fortaleza y trascendencia en muchos y complejos sentidos.

La segunda afirmación se refiere a los instrumentos musicales de los que se valen los tureros o miembros de estas comunidades para “interpretar” o ejecutar la música con que se acompañan los movimientos colectivos en forma de danza que, en ocasiones, son realizados en algunos segmentos de estas festividades. Distinguidos investigadores, como nuestro coterráneo Luis Arturo Domínguez**, atribuyen al modo en que se producen estos desplazamientos al ritmo pautado por las flautas de carrizo o de bambú y otros, al de la planta de maíz. La composición organológica de Las Turas es mucho más compleja de lo que se visualiza en los referidos instrumentos: comprende el sonido producido por el desplazamiento de la gente mientras se desplaza por los variados escenarios en que tiene lugar esta celebración. Tiene que ver con el concepto mismo de Las Turas.

¿Qué son Las Turas realmente? Todo, menos un baile y mucho menos un rito: en todo caso y, en primerísimo lugar, son la evidencia de un discurso simbólico, algo fragmentado, aunque uno de los más ricos, complejos y diversos de cuantos forman parte del mosaico de culturas originales que existían aquí y que se pusieron en contacto e intercambiaron entre sí en nuestras tierras “americanas”, mucho antes de la invasión del conquistador europeo que terminó por dominar a los pueblos nativos que las habitaban a su llegada. En segundo término, las turas son la parte visible del resultado del proceso acarreado por la colonización foránea que, querámoslo o no admitir, trajo el etnocidio y el genocidio de los aborígenes, pero a su vez la transculturación que hoy podemos apreciar en infinitos ámbitos de nuestra sociedad y culturas.

Tampoco Las Turas son la sólo la manifestación de agradecimiento y bendición de las cosechas anuales obtenidas por los tureros, como ellos mismos manifiestan. Se trata, en efecto, de comunidades enclavadas en el campo e integrada, en su mayoría, por gente vinculada a la tierra a su cultivo, como los campesinos, conuqueros y, en menor medida, colonos; pero los tureros son algo más que simples labriegos, en muchos casos, son simples trabajadores del campo. Del mismo modo se toma la parte por el todo cuando se identifica la palabra tura con la planta del maíz, porque con ello seguimos manejándonos en la pura exterioridad del fenómeno, que es mucho más profundo y abarcador. Las turas se identifican con esa planta matriz y, al mismo tiempo, encierran en sí la totalidad del espacio cósmicamente concebido e imaginable, en el que están en primer plano los seres vivos: el hombre, las plantas y los animales, y, asimismo, con igual o mayor peso determinante, a las fuerzas y principios fecundantes propios de la Naturaleza; fuerzas que permanecen invisibles u ocultas y posibilitan la vida de esos mismos seres, la creación y su reproducción, encima de este planeta que denominamos Tierra. No es a la Madre Tierra sólo a la que se le rinde reconocimiento en estas celebraciones, sino a los principios que hacen posible la fertilidad de toda la materia orgánica—incluida, naturalmente, a los referidos seres vivo-- y que, en su seno, se continúe la existencia, sea la humana o la del resto de las criaturas. No es incorrecto decir que se venera la cosecha, con el impulso propiciatorio adicional de que sean colocados todos los elementos necesarios para que el Dador nos vuelva a conceder igual merecimiento en especies comestibles y en bienestar espiritual.

La comunidad turera de San Pedro de Mapararí.

Las entrevistas que le hiciéramos, a partir del año 2006, a Ángel Colina y José Castillo, dos de los directivos principales de Las Turas, perteneciente a la comunidad San Pedro de Mapararí, nos han proporcionado una valiosa información relacionada con la organización de que se ha valido esta comunidad para preservar y mantener esta tradición ancestral. La transcribimos a continuación y la acompañada de algunos comentarios y observaciones personales.

El 5 de enero de 2004, se legaliza** la Fundación que lleva el nombre de José Cecilio Salas, fallecido en 1977, y considerado uno de los capataces que mantuvo durante largo tiempo esta tradición indígena, que ellos asocian a las comunidades étnicas de origen ayamán. Al final de éste artículo ofrecemos la relación de sus miembros fundadores, aportado en la entrevista y que ha sido avalada por varios miembros de la propia comunidad durante algunas de nuestras numerosas visitas.

Cuando les preguntamos quiénes fueron los primeros capataces, nombraron al mencionado Cecilio Salas, fallecido en 1977 y a Rodolfo Garcés, su actual capataz, e identificaron como sus reinas más antiguas a Engracia de Yugurí, fallecida a los 78 años, y a Marcelina Antequera, quien aún ejerce ésta función.

En cuanto a la “composición organológica” o conjunto de instrumentos musicales empleados, resulta de mucho interés la relación de los instrumentos que identifican como los propios de Las Turas, a los que se asocian los siguientes nombres de quienes los ejecutan:

-Flauta Tura Macho: Hipólito Casiano Castillo

-Flauta tura Hembra: Rodolfo Garcés

-Cacho Mayor: Rafael Molleda

-Cacho Menor: Martín Garcés

-Cacho Mediano: Ángel Colina

-Cacho Pequeño: Simón Castillo, Enrique Castillo

-Maracas: José Castillo, Yovanny Colina

Las turas es vista por el común del venezolano como un “baile”, en tanto se producen numerosos movimientos coreográficos realizados al compás característico de los instrumentos musicales que acompañan a estas celebraciones. A continuación figuran los nombres de los danzantes de esta comunidad: Laudelina Castillo de Garcés, Elicia Castillo, Paula Garcés, Lourdes Antequera, Flora Robertiz, Carla Antequera, Morelis Antequera, Emérita Colina, Elita Mora, Dominga Garcés y Adelaida Mora

Calendario de las celebraciones tureras.-

Al año, pautan dos fechas para la realización de Las Turas: la primera, el 30 de junio, por motivo de la celebración católica de San Pedro y ocasión en que precisamente esta comunidad se ha esforzado por hacerse de un espacio de encuentro entre las numerosas comunidades de los Estados Falcón, Lara y Portuguesa, donde se ha mantenido viva esta raíz aborigen venezolana. A este espacio lo denominan Día de la Fraternidad turera, por cuanto se caracteriza como un compartir entre hermanos ideas y experiencias dirigidas al fortalecimiento de estas tradiciones. La segunda, el 24 de septiembre, la realizan por coincidir con “fiesta patronal de Mapararí”. Nos llamó la atención que agreguen una tercera fecha, el 07 de Abril, como “Día del aborigen Ayamán”. A pesar de que nadie en ésta comunidad resulta significativo la voluntad de un por ciento elevado de sus miembros de reivindicar su raíz ancestral, definiendo claramente de que comunidad étnica provienen los grupos étnicos ayamanes.

Comunidad Turera.

Las Turas es una festividad agrícola en que se invocan las fuerzas reproductoras de la naturaleza para que propicien la fertilidad de la tierra que acepte la semilla en su seno mediante una cópula. Esta intervención garantiza la siembra. Se produce en el período de equinoccio de primavera, de marzo a mayo, cuando las condiciones climatológicas son favorables a la actividad agrícola y durante el equinoccio de otoño, en el mes de septiembre. ¿A quién se le rinde culto? A esas fuerzas propiciatorias de la fertilidad y a la propia tierra? Al todo: a las fuerzas que se apropian de los miembros de la comunidad humana, a los animales y plantas, permitiendo que se conviertan en un sujeto colectivo, sin olvidarse de os espíritus ancestrales ni de os muertos, representados respectivamente por las flautas de carrizo, maracas y los cachos de venado.

Estas celebraciones coinciden con las épocas marcadas por el cambio de las estaciones: en mayo, cuando la primavera rompe con el período de las lluvias. La unión de la pareja formada por el Capataz y La reina de Las Turas, significa la cópula que derrama el semen que alentará a la tierra a recibir en su seno la semilla. Este “matrimonio espiritual” tiene el simbolismo del ciclo eterno de la regeneración de la naturaleza, no regido por las leyes de los hombres, y establecen el matrimonio legal.

La segunda época evoca la muerte: el debilitamiento, la naturaleza del verdor, de la fronda, la caída de las hojas y el anuncio del frío, o si se quiere, de la humedad. Los frutos cosechados deberán ser almacenados para conservarlos y usarlos en caso de que sobrevenga una temporada inclemente. Aún cuando en Venezuela no exista la sucesión indicada de las estaciones, igual el ciclo de las lluvias pone la pauta. Salvo condiciones climáticas no habituales, los ciclos lluvioso y secos pueden tomarse como regulares, y por tanto, referentes bastante seguros.

En los eventos realizados durante esta celebración se manifiesta todo un simbolismo. La marcha india de los tureros atraviesa los campos donde viven los tureros, y se dirige directamente a la fuente de agua: exactamente al ojo de agua, de donde nace la vida. Se atraviesa la poza y se adentra en el fondo de una cueva donde viven los espíritus, justo en “el nacimiento”. Se les reconoce así como indispensables dadores de dones esenciales, por cuanto si no existiesen o no dejaran que de su seno fluyese el líquido vital, ¿podríamos hablar acaso de agricultura?.

La siguiente estación establece una comunicación con los espíritus que moran en la corteza terrestre. Activadas las mencionadas entidades acuáticas, se procederá a “despertar” a la Madre Tierra, empleando los procedimientos acostumbrados de Las Turas: ensalmes, invocaciones y cantos, acompañados de sones de flautas de carrizo y de cachos. La convocatoria a los poderes ocultos, también alcanza a los insomnes gigantes que descansan, de pie, encima de la superficie sólida: el círculo de los tureros se desplaza alrededor de un árbol acompañado de su música y de los característicos movimientos corporales. Es la función exacta de las flautas: avisar al oído de las plantas, mediante el estremecimiento de su sonido, que debe activarse su capacidad reproductiva, el flujo de la savia, su ascenso a los gajos y a la fronda.

Los cachos de venado apartan la voz de lo opuesto, del polo negativo a la vida, de la muerte. Se trata de un recordatorio con la puesta del juego de los contrarios que conviven en un mismo plano, escenario y tiempo. En definitiva, esto es lo que motoriza la existencia al recordar lo que acontece permanentemente. Se invocan también así al reino animal: no hay nada de macabro en los sones alusivos a aves conocidas en sones donde interviene esa calavera astada. Creo que adicionalmente debe indagarse en consentimiento al llamado a una arista de agresividad representado por los pájaros invocados, a la lidia que caracteriza a estos inquietos y bulliciosos animales alados.

El mencionado simbolismo remite a un sistema de círculos concéntricos que parte de la fuente hídrica-el enigmático ojo de agua-, se traslada a la parte sólida contigua a la poza y la cueva, donde moran otros espíritus arbóreos y de los animales, hasta desplazarse a un destino final: el de los seres humanos. Pero que no se nos escape la definición del espacio inicial como aquel sin fronteras entre los estados de la materia, si no entrelazándose, interponiéndose e interactuando lo que mora en el agua, la tierra y el aire.

¿Qué aporta, cuál es la función y el sentido del traslado de los tureros, desde el espacio en que se produce o tiene lugar el encuentro de esos tres importantes elementos a otro espacio, en este caso habitado por los seres humanos?. Integrarlos en el todo de la naturaleza para que puedan funcionar en él´, como se quiere, a fin de alcanzar todas las metas propuestas, tanto a las fuerzas de la naturaleza convocadas como las otras que puedan aportar estas otras criaturas del reino, donde viven fluyen o interactúan otros espíritus, por ejemplo, los de sus ancestros. De ahí que lleven la relación detallada de cuanto aconteció en el pasado, y lo traigan al presente como para rendirles pleitesía a los habitantes de ese “otro mundo”.

También en el interior de la organización humana acuden y fluyen diferentes tipos de energía, dados por muchos elementos y eventos que allí tienen lugar. Disponen de los frutos de la cosecha y los procesan para distribuirlos en determinados momentos de las fiestas. Sólo al saber que el dominio del fuego los sitúa por encima de otras especies de su propio reino este último elemento nos permite adelantar algunas ideas que permitirán darle la ubicación aproximada y función que este postrer espacio tiene.

El movimiento del sistema de círculos concéntricos se detiene en un espacio abierto, denominado “Patio de Las Turas”, restrictivamente hablando. Nuevamente estamos en presencia de otro espacio sagrado: en su centro una cruz, con los diversos sentidos que ella tiene, en su relación con el corte de los espacios y su asociación con la muerte; alrededor de ella, los frutos de la cosecha, obtenidos normalmente en el conuco local. Entre los frutos mostrados destaca el maíz, en este caso la plantea-dios que se ha sacrificado- para que su cuerpo y su espíritu sean compartidos por cada uno de los tureros. El acto de en colectivo cerrado y unido, el tótem del que nacimos, es sólo un episodio de ese movimiento rítmico y acompasado, que nos esforzamos por aprehender.

La cruz como referente de la religión judeo-cristiana, nada tiene que ver con los grupos y comunidades étnicas que poblaron nuestro continente y se mantuvieron en él mucho antes de la existencia de Cristo. Pero su ubicación en el “patio turero” es una clara remisión al carácter social al que hemos arribado en esta tercera “estación. No se trata de un espacio más de los existentes en estos vastos ámbitos rurales, si no de uno marcado por un tipo de organización social específica: la humana, específicamente, la signada y ubicada en el occidente cristiano.

*Antropólogo cubano especializado en culturas populares caribeñas. Ver su ficha académica en los web side: www.afrocubaweb.com y www.archivocubano.org

** La “Fundación Cultural José Cecilio Salas” tuvo como fundadores a los siguientes tureros: Ángel Custodio Colina , José de Los Santos Castillo, Nelson Antonio Matute, Carlita coromoto Antequera, Lisandro Rafael Antequera, Eddie Santo Páez, Rafael Ramón Rivero, Rafael Simón Chirino, María Lourdes Antequera, Marcelina del Carmen Antequera, Marelis del Carmen Antequera, Rafael José Molleda, Cecilio Antonio Castillo, Alida María Chirino, Martín Ramón Garcés, Salvador Vásquez, Dominga Ramona Garcés, Aureliana del Carmen Hernández, Carmen Lucía Acosta, Emérita Colina de Martínez, Adelaida del Carmen Mora, Elita Ramona Mora, Gloria Josefina Rivero, Clan Antonio Rivero, Paulita Chirino, Flora Robertiz, José Luis Garcés, Yolanda Antequera.

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